sábado, 21 de agosto de 2010

SANCHEZ CARRION, HOMBRE TELURICO. Por Raul Porras B.

Si no hay quién le supere en el ardor y la lucidez de la doctrina, si es él el tipo del estudiante insurgente que se da la mano manchada de tinta con sus compañeros de América para cambiar libros secretos y proclamas ambiciosas en una cadena de rebeldía; si es el primer orador del Congreso, el verbo civil de la Revolución y "el compañero inseparable del Héroe", como le llamó Vidaurre, hay en Sánchez Carrión otra calidad íntima y acaso impalpable. que apenas se descubre en su aspecto físico severo, dulce y melancólico en el reposo y tremante en el pensamiento hablado o escrito, y es su investidura telúrica.


Descendiente de españoles, nacido en un pueblo indígena y andino, poseído del viejo espíritu democrático español, aprendido en las obras de Saavedra Fajardo o de Feijoo, pero, sobre todo, en la tradición populista de los escritores españoles impugnadores de la tiranía o injusticia del príncipe, y en el ejemplo cívico que recuerda con orgullo atávico de "los comuneros de Villalar", se halla a la vez nutrido de la doctrina política europea pero anheloso de originalidad y de autonomía espiritual, proclama la necesidad de repudiar las copias, fulmina implacablemente los rezagos de intolerancia española y busca también, con amor e inquietud, en sus devaneos geográficos o poéticos de El Tribuno de la República, las esencias indígenas del Perú antiguo, en las canciones indias o en la contemplación de la cordillera, con sus sombras oscuras y sus blancas nieves, o en la vista del Mar Pacífico que le invita a reposar, sintiendo, como él mismo escribe, su pequeño ser estrechado entre el mayor de los mares y la más alta de las cordilleras". Hombre peruano, integral por el barro y por el espíritu, nació en una provincia de la sierra peruana que, excepcionalmente, mira a la costa por el clásico camino de herradura que conduce al mar y por el Oriente desciende suavemente por la jalca amarillenta que se extiende a la salida de Huamachuco --donde muchas veces galoparía dialogando con Bolívar y Monteagudo-- y que se prolonga hasta el profundo tajo del Marañón que por ahí discurre encajonado antes de incorporarse al Amazonas. Es el mismo paisaje que otro hijo de Huamachuco, Ciro Alegría, ha reflejado más tarde en su admirable novela La Serpiente de Oro sobre la vida de los balseros del Marañón. Esta fraternidad de sierra, costa y montaña se trasfunde subconscientemente en su espíritu y en su vida. Ella inspira su mentalidad cosmopolita y costeña, su melancolía y timidez serranas, su fe en la perfectibilidad y progreso del indio, su preocupación por la educación indígena, por las comunidades indias a las que da su primer estatuto jurídico, y le induce a citar el Marañón en sus metáforas oratorias y a pedir en el Congreso de 1823, para integrar nuestra dimensión geográfica, "que se entre en relación de unión y amistad con los indígenas de las montañas del Perú".

Y en su vida se mezclan también este sino de unidad y de misteriosa vinculación anímica con todas nuestras regiones con ese destino secreto que une profundamente a todos los lugares en el inmenso e ignoto Perú. Tres pueblos pequeños, tres villorrios humildes, simbolizan el viaje humano de Sánchez Carrión. Huamachuco, prendido entre la serranía y la selva, en que le toca nacer y que Bolívar escoge, por sus punas abiertas, para campamentos del Ejército Libertador antes de Junín y donde el caudillo de la Libertad duerme en la misma casa en que nació el tribuno de la República. Luego Sayán, hundido entre la sierra roja y arcillosa como un encendido y ascético preludio de revolución, donde Sánchez Carrión medita solitario el destino de la patria antes de salir a la palestra democrática. Y, por último, Lurín, la aldea costeña y mestiza de caña y paja, con su templo castizo y las viejas voces de bronce de sus campanas, donde muere, como Bolívar en Santa Marta, frente al mar infinito y abierto de la historia. Podría decirse, por eso, que Sánchez Carrión es un hombre-síntesis del Perú republicano. Nacido en los Andes, educado en la costa y alucinado en la infancia y en la madurez por la cercanía del Dorado Amazónico, había en él la sensibilidad de un hombre nuevo, sin prejuicios divisionistas, con el sentido ancho e integral del Perú.

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