sábado, 21 de agosto de 2010

LA INFANCIA DE JOSE FAUSTINO Por: Raul Porras B.

El niño, bautizado el 16 de Febrero de 1787 en la iglesia parroquial por el cura don Joseph Carrión, su homónimo y acaso su pariente, creció al lado de sus padres hasta la muerte de la madre y luego seguiría bajo el cuidado de la hermana mayor. Vinculado a gentes de iglesia, de Huamachuco y de Cajabamba (pues hubo varios presbíteros en la rama materna), se le destinaba a la carrera eclesiástica, de seguro porvenir entonces. Algún clérigo debió enseñarle las primeras letras e iniciarlo en el estudio del latín.


La vida del niño huamachuquino transcurriría en el ambiente estrecho y monótono de la pequeña ciudad en la que la plaza, dominada por el marco austero de los cerros vecinos, era el único lugar de recreo y de expansión, en el que se celebraban las ferias llenas de colorido y las fiestas anuales en honor de la Virgen. En ellas surgían por varios días con su música implacablemente monótona, los cortejos populares con sus danzas características de diablos, de pallas y de indios selváticos. Se adivina, sin embargo, que no obstante la vocación estudiosa del adolescente, debieron atraerle las excursiones a caballo a las estancias vecinas de su padre y las carreras jadeantes por la jalca amarillenta que se extendía hasta las márgenes del Marañón. Esta condición de excelso jinete habría de servirle más tarde para acompañar sin desmayo a Bolívar en la campaña libertadora, desde Trujillo hasta Ayacucho. Español por la casta, andino por el nacimiento y la infancia, este niño peruano, triste y reconcentrado, tuvo sin embargo, por obra de la situación geográfica de su tierra

natal, trepada en la serranía, pero tendida por el oriente hacia la llanura que linda con el hondo tajo del Marañón, una visión del Perú más ancha y lejana que la de los niños de otros villorrios andinos, un horizonte de ensueños y de más dilatadas aventuras. Nunca habló en sus discursos ni en sus ensayos, de las impresiones de su tierra natal; pero alguna vez, en el Congreso, esta visión del río, que era grandioso lindero de su provincia, le sugirió una metáfora, al hablar de los horrores de la demagogia, de los que dijo que podrían dar lugar a que en el Perú corriesen "Marañones de sangre".

A los quince años, el niño huamachuquino es enviado a estudiar en el Seminario de Trujillo, que concentraba entonces todas las vocaciones intelectuales del Norte del Perú, para estudiar en él la carrera eclesiástica. Debió hacer con extraordinaria inquietud y alucinación juvenil el camino de herradura que a través de desoladas llanuras de cumbres y nevados, desciende, colgado de las laderas de la cordillera, hasta desembocar en los senderos polvorientos de la Costa, cercados de tapias y guarangos, hasta entrar por la Portada de la Sierra, bajo la dulce y húmeda caricia de la "chirapa", a la episcopal y aristocrática ciudad de Trujillo.

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