sábado, 21 de agosto de 2010

EL CONGRESO CONSTITUYENTE - Por: Raul Porras B.

Triunfante la facción liberal, se convoca al Primer Congreso Constituyente ambicionado por todos los tribunos en agraz. Hallándose el territorio ocupado en gran parte por las armas españolas, se elige a los miembros de la Asamblea como a los de una Academia, por los títulos del saber, la virtud o el patriotismo. La Asamblea de 1822 es acaso la más docta corporación que ha tenido la República, verdadero areópago de la nacionalidad. Integrada por 92 representantes, hay entre ellos 26 eclesiásticos, 28 abogados, 8 médicos y otros profesionales, empleados o comerciantes. Muchos de ellos eran conspicuos defensores de la libertad y podían exhibir como credenciales los más altos títulos patrióticos. Rodríguez de Mendoza, había enseñado inquietud a una generación luchadora; Luna Pizarro, había conspirado con Pezet, con Unanue y Tafur en San Fernando; Sánchez Carrión y Mariátegui eran de los más audaces carolinos de su época y acababan de ganar la batalla de la República contra Monteagudo; Pérez de Tudela. había escrito el Acta de la Independencia; cual de aquellos curas que formaban el Congreso, había sido guerrillero valiente o había olvidado en su parroquia la prédica del Evangelio por la lectura de la Enciclopedia. quien, patriota tímido, había


prestado algún servicio al Ejército Libertador; todos habían ofrecido alguna vez su inteligencia, su tesón o su vida en la obra de la libertad. La Asamblea era además preclara por los timbres del saber y de la probidad. La mayoría de sus miembros había respirado el ambiente de los claustros universitarios. El maestro Rodríguez pudo contar 22 discípulos en los escaños en la sesión inaugural, en la que le eligieron Presidente de la mesa provisoria. Unanue, el sabio venerable, autor de las Guías del Virreynato y del Clima de Lima; Méndez Lachica, representaban la generación del Mercurio Peruano; el sabio cosmógrafo Paredes, Tafur, Pezet, a las matemáticas y la medicina; Arce, Cuéllar, Pedemonte, Luna Pizarro, eran los más rotundos prestigios del clero; Olmedo iba a preparar en el Congreso una victoria para su mejor canto; Araníbar, Tudela, Galdeano, Figuerola, Sánchez Carrión representaban al foro.

Sánchez Carrión es elegido, junto con Mariátegui, Secretario de la primera mesa de la Asamblea. Al señalársele para este cargo se refrendan sus servicios patrióticos y se rinde homenaje a su capacidad intelectual y al vigor de su pluma revolucionaria. La Asamblea le reconoce como su portavoz más auténtico, como el verbo representativo de su espíritu.

El primer momento fue de arrebato lírico de exaltación gratulatoria a los héroes, espadas de honor, inscripciones lapidarias, citas clásicas, repiques de campanas y la oratoria encendida de los corifeos de la libertad mojada de ternura en la leche del Contrato Social y rebosante de humanidad, de justicia, de patriotismo y de filantropía. Las bases de la Constitución sancionan el régimen republicano, la forma unitaria, el gobierno popular representativo, la religión, la libertad de pensamiento, y de palabra, la abolición de privilegios hereditarios, la supresión del comercio de negros, la libertad de vientres y la intangible división de los poderes. La tiranía, sombra de los monarcas, es exorcizada desde todos los ángulos de la Asamblea. Era el momento de la embriaguez oratoria y de las bellas palabras, de los siempres y los nuncas. "El ejercicio del Poder Ejecutivo nunca puede ser vitalicio y mucho menos hereditario", dicen las Bases de la Constitución. "La reunión del Poder Legislativo con el Ejecutivo --dice el fraile Méndez Lachica-- en una persona o corporación es el origen de la tiranía". Y Sánchez Carrión que lleva el trémolo de la Asamblea, se yergue en la tribuna para definir, con palabras aprendidas a Rousseau, los inalienables derechos de la soberanía y anatematizar, en el ámbito de la Asamblea repentinamente enmudecido por el contagio .de su verbo cálido y tribunicio, el gobierno unipersonal. "Señor -exclama Sánchez Carrión- la libertad es mi ídolo y lo es del pueblo, sin ella no quiero nada: la presencia de uno en el mando me ofrece la imagen abominada de Rey, de esa palabra que significa herencia de la tiranía". Y cuando el clérigo Méndez cita a Aristóteles, para afirmar "que si la administración del Estado debe ponerse en manos de los mejores ciudadanos, es más fácil hallar uno bueno, que no muchos", le responde Sánchez Carrión con un victorioso interrogante: ¿Dónde aparecen más obstáculos para traspasar la ley, mandando uno solo o tres? El tribuno de Huamachuco se erige incuestionablemente como el primer orador del Congreso y aunque no haya: quedado sino breves resúmenes de sus discursos, en ellos se siente aún el énfasis generoso que los animó y el prestigio de una palabra hablada gallardamente, en alta voz. La principal tarea del Congreso, la que le embebe prestigia al mismo tiempo, es la de haber dado al Perú su primera Carta Política, su primera Ley fundamental. Para los teóricos del Convictorio saturados del Espíritu de las Leyes y del Contrato Social, era en la facultad de darse las leyes, en la que un pueblo palpaba la realidad de su soberanía. En los ejemplos clásicos habían aprendido que se llamaba ciudades libres a las que se gobernaban por leyes. La imagen de la patria se confunde para ellos con la imagen de la ley. "El patriotismo --dice Sánchez Carrión-- no envuelve en último análisis otros deberes que los que consigna el fructuoso y constante estudio de sus leyes"; y el Presidente de la Asamblea, Pedemonte, al iniciarse el debate de la Carta, enaltece la tarea legislativa que van a realizar, diciendo: "Un país independiente, por el simple hecho de serlo, no es todavía para sus moradores una patria. Patria es una asociación de individuos formada bajo de leyes justas". Y cuando se refiere a la necesidad de terminar su labor antes de que termine la guerra de la emancipación, exclama: "La campaña decisiva va a abrirse: "Plegue al cielo que cuando destruido el último enemigo vengan nuestros victoriosos guerreros a decirnos: "Está

conquistada vuestra independencia", podamos responderles: "También ya está construida vuestra patria". Sánchez Carrión es nombrado miembro de la Comisión de Constitución, junto con Rodríguez de Mendoza, Unanue, Pedemonte, Figuerola, Paredes, Pezet y Francisco Javier Mariátegui. El es, en realidad, con su ciencia jurídica y social, su culto de los tratadistas de derecho franceses y sajones, el ejemplo doceañista siempre vivo en él y la fluidez de su pluma, el principal autor y ponente de la Constitución. El escribe con serena y noble doctrina el Exordio de la Constitución y los dictámenes que la fundan, echando los cimientos de nuestra ciencia constitucional. "La Constitución Política de la República Peruana --dice su biógrafo contemporáneo-- es un monumento perenne de la gloria de Carrión, y cada uno de los artículos que encierra es un rasgo brillante de su elogio".

Llegan entre tanto para estos congresales utópicos las sorpresas de la acción. Mientras discuten normas para una democracia sin territorio, la realidad les da en la cara con la derrota de Torata y Moquegua y el Jefe del Ejército, Santa Cruz, se presenta en el recinto del Congreso, haciendo sonar las espuelas, ante la estupefacción de los tribunos embebidos en la lectura de Montesquieu, de Payne y de Jefferson. Es el día del derrumbe de Luna Pizarro y de sus incautas jugarretas civiles. El Congreso vacila ante el motín del Balconcillo y prorrumpe en las grandes frases de la tragedia clásica: "Ya no soy sino un simulacro de diputado del Perú", exclama patéticamente el clérigo Arce. Luna Pizarro quiere suspender toda decisión hasta que desaparezca "el medio grave" que pesa sobre todos. Pero se sobrepone el parecer prudente y político de Unanue y de Sánchez Carrión. Este, el doctrinario romántico de la división de los poderes, declara que entre licenciar al ejército y perder la independencia, o admitir el mando militar, optaba. por el mal menor. Se elige entonces a Riva Agüero y en el camino de las claudicaciones y de las realidades, se entrega sucesivamente el mando a Tagle y a Sucre, hasta rendir finalmente honores y confianza y aun la fulminada autoridad unipersonal en manos del Héroe de Colombia. Olmedo y Sánchez Carrión, mezclados ya a las banderías inevitables de los parlamentos, son enviados a Guayaquil para traer a Bolívar.

A pesar de sus errores y de sus transacciones con la realidad, no puede negarse admiración a la obra de los Congresales del 22 y a su corifeo moral que fue Sánchez Carrión. Aparte de la estructura jurídica de la Carta que dictaron, que inspiró las posteriores constituciones liberales del Perú, con preponderancia del Poder Legislativo, les enaltece permanentemente su idolatría de la libertad, su humanitarismo fraternal tan hondamente peruano, su religiosidad profunda, la dignidad moral de que quisieron investir a la República y a la ciudadanía por el respeto de la ilustración y de la virtud, y el ejemplo que dieron la mayor parte de ellos, como auténticos quirites de la nacionalidad, del sentido de la respetabilidad e inviolabilidad de sus cargos. Mientras ejercieron la representación renunciaron a todo otro cargo b comisiones; no cobraron dietas sino en las grandes urgencias; vistieron de negro, exigieron jueces para mantener la inviolabilidad de su función y dieron pruebas de desprendimiento cediendo especies de su uso para las necesidades de la guerra. Tal, la obra afirmativa de los ideólogos del 22, que trasciende en ejemplo perdurable de patriótica y cívica enseñanza.

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