sábado, 21 de agosto de 2010

EL SEMINARIO Por: Raul Porras B.

El Seminario de Trujillo habría de imprimir honda huella en el espíritu infantil de Sánchez Carrión e influenciar su inteligencia y carácter. El 2 de Abril de 1802 figura su inscripción como colegial porcionista en el Real Seminario de San Carlos y San Marcelo, previa orden dada por el Obispo de Trujillo don José Carrión y Marfil.


En el Seminario, dirigido por don Tomás González del Rivero, se seguía estudios de Gramática y Latinidad, luego un año de Lógica, dos años de Física y por último estudios de Filosofía, en una especie de pirámide comtiana del saber escolástico virreinal. Como signo de los tiempos se enseñaba también el francés. La enseñanza era dogmática y la disciplina rígida y absoluta. Las horas de estudio y de rezo se sucedían con implacable monotonía en el ambiente monacal de ascetismo y silencio. Sólo contadas veces al año se daba propinas a los alumnos, había misa solemne y salían aquellos a ver las candeladas y luminarias, las iluminaciones a la veneciana y los fuegos artificiales en la ciudad. Después se recluían de nuevo en el ambiente dulce y severo del cenobio escolar, a debatir problemas filosóficos o preparar los certámenes en latín. Ninguna rebeldía ni beligerancia era permitida a los futuros párrocos de almas y si alguno se apartaba del vivir ascético y puro de la casa, toda la comunidad de colegiales y profesores era llamada a la puerta del Seminario liara poner en la calle la cama y los enseres del estudiante alborotado o vicioso. Sólo persistían los temperamentos dóciles y poseídos de verdadero fervor y vocación.

Sánchez Carrión fue un alumno modelo del Seminario, por su capacidad intelectual en primer término y por su profunda fe religiosa que conservó toda su vida. Se descubre desde entonces su lucidez intelectual y su tesonera voluntad de aprendizaje y de estudio. Al año siguiente de ingresar se le encarga la oración latina en la apertura de los estudios en la capilla del Colegio, presidida por la imagen de Nuestra Señora de Loreto y con asistencia del Dean y los Cabildos Eclesiástico y Civil de Trujillo. Es la primera aparición oratoria del futuro tribuno del Congreso Constituyente. El 7 de Febrero de 1804, es aprobado por todos los votos en Gramática y Latinidad. En Abril de 1804 vuelve a pronunciar la oración latina en la apertura de los cursos y el 15 de Noviembre es aprobado en Lógica, por todos los votos, con asistencia del Rector, Vice-Rector y Catedráticos.

Entre las influencias que se ejercieron entonces sobre el ánimo del adolescente está en primer término la del Obispo de la diócesis, su homónimo también, como el cura que lo bautizó, don José Carrión y Marfil. Este prelado, al que se ha pintado por su fidelidad al Rey y porque se fue a España al producirse la Emancipación, como un espíritu ceñudo y fanático, fue en realidad un español leal y un buen representante del espíritu de la Ilustración. Era jurista educado en Alcalá de Henares, llevó las armas un tiempo y se ordenó después. En Bogotá fue Secretario del Obispo Caballero y

Góngora, magnate de la ilustración. El Obispo Carrión mostró una tierna predilección por el joven seminarista y le apoyó en sus estudios y dirigió en su vocación religiosa ayudándole para trasladarse a Lima. Al dejar el Seminario, en prueba de su afección, el Obispo pone una nota en los libros escolares, en la que dice que el escolar don José Sánchez Carrión se ha manejado "en todo el tiempo de su colegiatura con la mejor conducta, juicio y aplicación". Desde Lima, Sánchez Carrión le escribiría cartas hasta 1818, narrándole sus adelantos, llamándose su secretario y demostrándole adhesión y gratitud.

Casi al mismo tiempo que Sánchez Carrión ingresaba al Seminario, había dejado el Rectorado de éste un personaje trujillano de la más inquieta personalidad y fama futura. Era este el clérigo trujillano Blas Gregorio de Ostolaza, el futuro capellán de Fernando VII en Valencey, diputado peruano a las Cortes de Cádiz en 1812, defensor encarnizado del absolutismo y carlista obcecado más tarde que fuera fusilado por el pueblo de Zaragoza en 1835. Ostolaza, que rechazó a cuchilladas a unos asaltantes en Cádiz, era, según Pío Baroja que ha escrito su biografía, "un cura con toda la barba". El niño Sánchez Carrión y sus compañeros de aula debieron recordar siempre, cuando el nombre de Ostolaza retumbaba en las cortes gaditanas, aquel maestro inquieto y bullicioso, de rostro carirredondo y encendido, que en la cátedra de Derecho del Seminario y en sus arengas escolares trasmitía a sus alumnos, futuros tribunos republicanos, el pathos de una oratoria vibrante y estremecida.

Quedan en los libros del Seminario de Trujillo los nombres de los compañeros de Sánchez Carrión en las aulas. Algunos llegarán a Obispos, como José María Arriaga en Chachapoyas; otros serán sutiles latinistas, rectores o profesores del Seminario, y la mayoría seguirán el que debió ser el destino del joven huamachuquino si la independencia no estalla en esa hora, o sea párroco de almas en los reposados villorrios andinos.

Aunque no le retuvo definitivamente, no hay duda de que el Seminario trujillano y sus normas ascéticas dejaron una imperecedera huella en el alma de Sánchez Carrión. El conformó ahí su carácter paciente y disciplinado, cuando era necesario, hasta la mansedumbre. Sólo tras el umbral de la humildad y la paciencia de la terca sumisión a un ideal obsesivo, que caracteriza los noviciados cristianos, se pudo preparar providencialmente a los colaboradores peruanos de Bolívar, incomparablemente dotados de abnegación y de fe ante los caprichos desbordantes del Héroe. El Seminario le dio a Sánchez Carrión el tesoro de su fe religiosa, y esa pureza de seminarista que conservaría toda su vida, y que resplandecerán en la nobleza de sus discursos, en las Bases éticas de su Constitución Política, de 1823 y en sus diálogos teológicos con Monteagudo, en el campamento libertador, bajo la mirada centelleante de Bolívar.

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