sábado, 21 de agosto de 2010

EL COLEGIAL CAROLINO Por : Raul Porras Barrenechea

En la necrología anónima de Sánchez Carrión se dice, recogiendo un saber histórico cristalizado, que el Colegio de San Carlos de Lima fue "el cuartel general de la insurrección peruana". El Congreso Constituyente declararía el 17 de Enero de 1823 que San Carlos ha sido "el semillero de los principios revolucionarios". San Carlos era en aquellos días, y desde que asumió su dirección el Rector don Toribio Rodríguez de Mendoza, una escuela de inquietud y de renovación.


Maestros y discípulos, libertados por la nueva filosofía de las antiguas tutelas dogmáticas, se sienten poseídos de un espíritu de crítica demoledor. Impotentes todavía para atacar el sistema político vigente, por la rotundidad del poder que desde Lima contrarresta todos los intentos revolucionarios de Sud-América, su acción renovadora se ejercita principalmente en la enseñanza, pero con tan segura eficacia y tenacidad, que provoca las alarmas seniles del arzobispo La Reguera. Ante las denuncias episcopales posteriores, el Rey ordena vigilar constantemente el Convictorio y aumentar las prohibiciones y precauciones que aseguren en él la clausura para las ideas.

En esta época de intensa agitación intelectual, aumentada por las noticias de la insurrección que va estallando por todos los puntos del continente, transcurre la adolescencia de Sánchez Carrión en el Colegio de San Carlos. En las actuaciones escolares ha sorprendido ya su palabra viva y precoz. Los maestros adiestran al futuro púgil de la palabra en las reñidas oposiciones de tesis y en los torneos oratorios que eran entonces frecuentes en las aulas carolinas. Pero tan precoz como su vocación para la elocuencia se descubre su disposición para la rebeldía. Por las impresiones y recuerdos de sus condiscípulos, parece haberle auroleado desde muy joven un inusitado prestigio de audacia y de liberalismo. Debió de ejercer en las aulas, en las discusiones estudiantiles del patio y del refectorio, un imperioso y vehemente predominio en el que entraban como factores decisivos la profundidad severa de sus estudios, la madurez de sus ideas, el entusiasmo súbito de sus arranques liberales, que ha de vibrar más tarde en sus arengas de republicano, y la seducción de su palabra siempre cargada de emociones sonoras.

Al mismo tiempo que en la elocuencia descuella en la poesía. De su consagración a las musas, ejercicio obligado de todo colegial de San Carlos, queda un valioso testimonio que Juan María Gutiérrez, el cultísimo crítico argentino, no ha vacilado en calificar como "una de las mejores producciones de la musa revolucionaria en América". La escribió en 1810 en honor de Baquíjano y Carrillo, el gran precursor de las ideas liberales, consagrándole la más hermosa de las admiraciones juveniles, la del amor a la libertad. La composición, que figura en el folleto dedicado a describir las fiestas con que se despidió a Baquíjano de Lima, al ser nombrado consejero de Estado en la península, es interesante porque comprueba ampliamente la aptitud poética de Sánchez Carrión, demostrada en muchas otras composiciones, hoy perdidas, pero que le dieron renombre lírico en su tiempo, y, además, porque es un testimonio de la adhesión de Sánchez Carrión al grupo constitucionalista que ensalzaba al magnate limeño. Acaso pudiera servir también para comprobar que para ser gran orador se necesita tener alma de poeta.

La composición descubre ya sin embozo las ideas patrióticas de Sánchez Carrión. El nombramiento del criollo Baquíjano para un importante cargo en España, no autorizaba a aquel para los exaltados trasportes de alegría y los saludos entusiastas a la libertad que contiene su composición. Está patente el deseo de expresar los sentimientos coactados por la tiranía virreinal y de decir a todos los vientos su convicción revolucionaria. La designación de Carrillo le sirve, pues, de pretexto insuficiente para entonar un canto a la libertad muy distante todavía de conseguirse. En el fondo de esas estrofas, a las que el Convictorio había enseñado una elegancia latina, vibraba ya un latido insurgente.

Ellas dicen así: Atado estaba el continente nuevo

Trescientos años con servil cadena

A cuyo ronco son su acerba pena

Su eterna esclavitud llorar solía

En triste desventura

Desde que el padre de la luz salía

Hasta el dulce nacer del alba pura.

El metal valeroso,

La quina saludable,

Y mil riquezas en soberbias naves,

De tributo en señal cortar se vían

Con fuerza irresistible

El húmedo elemento

A pesar de las olas y del viento,



Y el infeliz colono

Por sabio, por intrépido que fuese,

Y en valor excediese

Al vizcaíno, gallego o castellano

Su cerviz sometía,

Y no mandar, sí obedecer sabía,

Cuando ¡alta providencia! de repente

Levantó su ancha frente

La América abatida,

Y a tí ¡oh, Josef! ¡oh, sabio esclarecido!

La suerte de dos mundos

Por toda la nación confiarse vido.

¡Gloria y honor al sabio de la patria!

¡Salve, mil veces salve,

Oh poderosa Lima!

Salve ¡oh Perú! ¡oh América opulenta!

Que la horrible cadena

Hase ya roto; y a su grato estruendo

La santa libertad batió riendo

Sus alas celestiales

Sobre tu fértil suelo,

Y en Baquíjano al fin posó su vuelo.

Salve ¡oh Josef! pues eres el primero

Que a tan excelso honor has ascendido

En quien tu cara patria ha recibido

De igualdad el ejemplo.

Y en quien la unión fraterna tan deseada

Llegó a verse por fin asegurada. .

Salve ¡oh Josef! ¡ilustre americano!

Que el Rímac apacible

De noble orgullo penetrarse siente,

Y por primera vez su- faz riente

Sacude alborozado;

Y sus bellas zagalas

La arena melancólica abandonan

E himnos de gozo en tu loor entonan.

Gloriarte puedes, que tu amada patria

Estampará el primero

Tu nombre augusto en la columna de oro

Que eleve a la memoria

De su alma libertad, de su victoria,

Sobre el hado fatal que, enfurecido,

Perpetuarla quiso en el olvido.

Tiende sobre tu cuello

Sus brazos amorosos

Y "basta de quebranto,

Exclama, basta, mi hijo bienhadado,

Olvido mis ultrajes,

Mis antiguas querellas

Que ya las ciencias y las artes bellas

Que el talento peruano cultivase,

De mi felicidad harán la base.



Tú salvaste el primero

La alta muralla que una mano impía

Formó para cerrarme

Del brillante mandar la dulce vía.

Venid, pues, celebremos

A este mi primogénito en la gloria,

Y que en su amable nombre a hablar aprenda

El tiernecillo infante.

Y gloria a mi hijo todo el orbe cante".



Pronto comparte Sánchez Carrión las labores docentes con sus maestros y encuentra en la cátedra un nuevo estímulo para su vocación oratoria. Se le encomienda la enseñanza de las leyes y cánones y el curso de Digesto Viejo. El brillo y la elegancia de su palabra le conquistan un puesto entre los oradores del Colegio y de la Universidad. A nombre de ellos lleva la palabra en las actuaciones solemnes y en los rígidos besamanos. Pero sus arengas a los "Virreyes no siguen la inclinada curva de servilismo prescrita por el ceremonial. A ejemplo de Baquíjano y Carrillo, el émulo admirado por la juventud, envuelven todas una oculta osadía, cuando no una franca demanda de los derechos que asisten a los americanos. Quedan pocas de estas galanas piezas oratorias, con que el futuro tribuno rindió tributo a la cortesanía colonial. La más notable, sin duda, es la dirigida al Virrey Abascal, en nombre del Convictorio, en el aniversario del día en que se promulgó la Constitución Española en Lima. Esa arenga es una luminosa síntesis de libertades. No parece que el orador fuera un colegial de la Colonia ni que se dirigiera al más autoritario de los Virreyes, sino que hablara un defensor de los derechos del hombre en una república libre. El ejemplo de Baquíjano, dirigiéndose al Virrey Jáuregui, estimulaba a estos insurrectos en germinación. Se comprueba el afán de imitarles y de conquistar una popularidad tan halagadora y tan peligrosa como la suya. La arenga descubre de cuerpo entero al futuro revolucionario. No se había oído dentro de las antesalas del Virrey voz más gallarda que la que ese día, rompiendo una tradición servil, comenzó a hablar en este lenguaje de rebeldía:

"Entre los días en que la etiqueta solía congregarnos en este lugar, ninguno estaba consagrado a la interesante y dulce memoria de los imprescriptibles derechos de la patria. Amortiguados los valerosos españoles por la arbitrariedad y el despotismo del antiguo sistema, se acercaban temblando en tales días a besar la mano de los reyes, a prostituir el inestimable don de la palabra y a tributar acaso gracias por la opresión y tiranía. Pero, ¡qué diferencia! Revestidos ahora del sagrado e inviolable carácter del ciudadano se reúnen, se presentan a congratularse mutuamente".

Toda la arenga, que merecería reproducirse íntegra, es un himno valiente de la libertad, una esperanzada invocación a la independencia. El discípulo de Baquíjano y de Rodríguez, en cuya propaganda, si había un ferviente anhelo de libertad, no germinaban ideas separatistas, demuestra, en el apasionamiento con que califica la obligada sumisión a la corona, que no comulgaba ya con aquellos y el partido constitucionalista, en la fidelidad al monarca. Amparado en la carta constitucional, cuyo liberalismo loa entusiasmado, recalca ante el Virrey español la igualdad de peninsulares y criollos:

"Cada uno de sus ilustres individuos --(de la nación.)-- siente en sí mismo la dignidad de un hombre y se precia de ser parte esencial de la soberanía". "No hay duda,--dice--todos somos iguales delante de la ley, y la virtud y los talentos tienen abierta la carrera de la gloria en cualesquiera ciudadanos que se consagren a la patria".

Su lenguaje ha perdido la reverencia del vasallo. Hay frases que debieron provocar el disgusto del Virrey. "La libertad de imprenta y los otros derechos que no hemos querido ni debido renunciar", dice a quien había gobernado seis años bajo el régimen absolutista e inquisitorial. Y

condenando a quienes "no habían hecho pasar la constitución de sus labios a su pecho", fulminando a los serviles que clamaban por el restablecimiento del absolutismo, pregunta con un desdén comprometedor, por lo que de censura y ultraje tenía para el monarca arbitrario a quien se había obligado a aceptar la carta liberal y que habría de derogarla ese mismo año: "¿Habrá criminales descontentos que suspiren por los vicios del sistema envejecido?".

Palabras tan enérgicas debieron contrariar profundamente al respetuoso y disciplinado Abascal. Los biógrafos consignan que le amonestó repetidas veces y que acabó por recomendar que no se designase a Sánchez Carrión para llevar la palabra por el Convictorio.

Pezuela, que sucede a Abascal en el mando, no tiene la sagacidad ni la paciencia del Marqués de la Concordia para resistir la creciente propaganda liberal que realizan los maestros de San Carlos. La Inquisición acusa a diario a estudiantes y maestros lectores de Voltaire, de Montesquieu, de Volney y de la Enciclopedia.

Pezuela decide entonces, en el mes de Agosto de 1816, enviar como Visitador al Colegio de San Carlos, a don Manuel Pardo, el Regente del Cuzco durante la insurrección de Pumacahua. Pardo interroga a alumnos y a profesores, registra los libros de la Biblioteca y husmea los salones de clase, sin encontrar confirmación de la propaganda subversiva. Sólo unos cuantos libros prohibidos bajo llave en una alacena arrinconada. Pero el Visitador comprueba que por la ancianidad del Rector la disciplina se ha relajado, los estudiantes no concurren a las clases ni a las horas de rezo, y el viejo maestro recluido por sus dolencias no baja de sus habitaciones al claustro. Rodríguez de Mendoza defiende con gallardía su obra declarando que hace treinta .años que está de maestro, que ha educado a generaciones brillantes y que el Convictorio, bajo su Rectorado, "ha sido una luz que alumbra a todo este continente". Pardo se inclina respetuosamente ante el viejo maestro, pero intervienen entonces un Arcediano y un Obispo para opinar que no se enseñaba en el Convictorio el primer sentimiento que debía inculcarse en él, que era el amor al soberano, y que se difundían en cambio "perversas opiniones". El Obispo pedía que se enseñase el Catecismo de San Alberto y el Discurso sobre la Historia Universal de Bossuet. Rindiendo homenaje a la obra de Rodríguez, se clausura sin embargo, el Colegio el 31 de Mayo de 1817, por cuatro meses durante los cuales se depura el cuadro de profesores y alumnos turbulentos v se reabre bajo el Rectorado evangélico de don Carlos Pedemonte.

La propensión legendaria y la falta de documentos ha contribuido a desvirtuar los hechos y a acumular en la personalidad gallarda de Sánchez Carrión todo el ardor de aquella juvenil rebeldía. Vicuña escribió que el Colegio fue clausurado por el Oidor Berriozabal en 1818. Rebaza dijo que Pezuela expulsó a Sánchez Carrión del Convictorio, porque el Virrey decía que si Sánchez Carrión continuaba en el Convictorio hasta los ladrillos iban a volverse patriotas. Agrega que Sánchez Carrión fue confinado a Huamachuco, a fines de 1818, de orden del Virrey. Los documentos demuestran que la clausura se realizó el 31 de Mayo de 1817, después de una morosa visita, y que Sánchez Carrión no fue expulsado, sino que continuó viviendo en Lima dictando sus cursos bajo el aura apacible de su amigo Pedemonte, y aún que llevó la palabra del Convictorio el 4 de Noviembre de 1817, para agradecer al Virrey el decreto de reapertura.

En una carta de Sánchez Carrión a su amigo José Joaquín Urdapileta, en Huamachuco, exhumada por Polo, fechada en el Colegio de San Carlos el 23 de Noviembre de 1817, este se declara satisfecho del Rectorado de su amigo y dice: "Te aseguro que el Rector es un ángel y que sólo viendo lo que hace se puede creer. Tengo la satisfacción de que me distingue de un modo muy particular, lo que me es muy lisonjero; porque en lo descubierto yo no he tratado un hombre más amable y de corazón más bien puesto. ¡Cuánto pueden la verdadera sabiduría, la humildad y el desinterés!" Perdidos o desaparecidos los Libros de Claustro de San Carlos, se puede comprobar por otras referencias que Sánchez Carrión continuó en él por lo menos hasta Mayo de 1819.

La necrología de Larriva, testigo cercano de los hechos como maestro de San Carlos, da acaso la clave de la verdad. Dice Larriva que "el Virrey Abascal le amenazó varias veces y Pezuela llegó al extremo de botarle del Colegio". Esto sucedió, por fortuna, cuando ya el Colegio necesitaba más de él que él del Colegio". El decreto del Congreso de 18 de Febrero de 1825, declarando a Sánchez Carrión benemérito de la patria en grado heroico y eminente, consigna los hechos en forma menos rotunda que la leyenda: pues dice que Sánchez Carrión ha hecho "notorios servicios a la causa de la libertad en consecuencia de su notoria decisión a ella, desde el tiempo en que fue Colegial en el Convictorio de San Carlos, por lo que se empeñó el gobierno español en expulsarlo de dicha casa". En esta versión parece que el propósito de expulsarlo no se hubiese cumplido o quizás, como insinúa Larriva, que él se retirase previamente ante alguna notificación. El hecho comprobado por esta ley, es que Sánchez Carrión fue uno de los más destacados patriotas dentro del claustro carolino y agitador de la idea de la libertad.

En medio de estas inquietudes, ocurren hechos que van modificando su vida y apartándola del agitado medio estudiantil. Documentos hallados por mi discípulo don Carlos Neuhaus Rizo Patrón y que éste me ha comunicado gentilmente, demuestran que se recibió de Abogado en la Real Audiencia de Lima, después de rendir examen ante los Oidores de ella el 8 de Agosto de 1818. Su maestro de práctica fue el célebre jurista y maestro chileno José Jerónimo Vivar, sindicado alguna vez por la Inquisición de cultivar lecturas políticas insanas. Larriva manifiesta que se dedicó con celo entusiasta a su profesión, y que pronto fue el abogado de las causas más célebres y generoso protector del huérfano y la viuda injustamente perseguidos, con todo su instintivo ardor por el derecho. La lectura de los protocolos no amenguó en él el gusto humanista y continuó leyendo obras de literatura y de imaginación. Leía también en idiomas extranjeros, de los que era además profesor.

Por estos años se resuelve otra crisis importante en fa vida del joven maestro. Sánchez Carrión había orientado su vida hacia la profesión eclesiástica. En una carta al Obispo Carrión y Marfil, sin fecha, hallada por el Padre Vargas Ugarte, le decía: "Me he recogido al Colegio con el único deseo de prepararme al estado eclesiástico adquiriendo los principios que sean necesarios para esta sagrada profesión. Concluyendo este . género de estudios y asegurada mi vocación me presentaré en esta ciudad a servir a Vuestra Señoría Ilustrísima en lo que se digne ocuparme". Pero años después, como su émulo Mariano Moreno, cuelga los hábitos por amor y el 8 de Noviembre de 1819 se casa en Lima con doña María Josefa Antonia Dueñas.

En pleno epitalamio debió ocurrir su apartamiento voluntario o forzado de San Carlos, y acaso su extrañamiento de Lima, si se quiere convenir con la leyenda. Consta por una certificación del Secretario de la Universidad, que se le pagaron sus sueldos como maestro de Digesto Viejo, hasta el 16 de Diciembre de 1819. Por otro documento, se sabe que fue nombrado en su lugar don Juan Bautista Navarrete "en atención a que el D. D. José Sánchez Carrión Regente de la Cátedra de Digesto Viejo propia del Real Convictorio de San Carlos que se halla vaca, se ha separado del Colegio". Vicuña Mackenna habla de que en 16 de Marzo de 1820 fue preso Riva-Agüero, y que entre sus satélites carolinos estaban Sánchez Carrión y Mariátegui. Pero diversos documentos universitarios, prueban que estuvo casi todo el año 1820 en Lima, asistiendo a algunos exámenes en la Universidad. En el mes de Diciembre de 1820 nace en su hogar su primera hija, Juana Rosa.

No se tienen datos de sus actividades en los días del desembarco de San Martín y durante el cerco de Lima. En esta etapa pudo ocurrir, sin embargo, el confinamiento en el pueblo de Sayán, cuyo nombre escogiera para aparecer en la liza política en contra de la Monarquía, en 1822. En Junio de 1821 se le halla en Huamachuco, donde fue por la muerte de su padre y donde permaneció algunos meses.

El capitán don Agustín Sánchez Carrión dio poder para testar a su hijo José y le nombró albacea el 4 de Setiembre de 1820) . En Agosto de 1821, seguía aún en Huamachuco, San Martín había entrado a Lima y proclamado la independencia, por la que Sánchez Carrión había luchado tan ardientemente. Rebaza cuenta que Sánchez Carrión asistió a la proclamación de la independencia en su tierra natal.

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